Ayer se completó la tercera década transcurrida desde aquel frío 2 de febrero de 1982, cuando tropas de élite del ejército sirio, en su empeño por acabar con la sublevación armada de los Hermanos Musulmanes, comenzaron una feroz campaña militar contra la ciudad de Hama, feudo histórico de la hermandad. Durante 27 días la ciudad fue destruida, literalmente, sobre las cabezas de sus habitantes, y con un resultado humanitariamente trágico: Entre 15-25 mil fallecidos (otras fuentes hablan de entre 20-40 mil), casi 15 mil desaparecidos y 100 mil desplazados.
Aquella masacre fue la culminación sangrienta y brutal de 3 años de enfrentamientos armados entre el régimen y la Vanguardia Combatiente, brazo armado de los HHMM. Con la excusa de acabar con los islamistas sublevados, el régimen aprovechó para limpiar el país de todo lo que le pueda ser incómodo. Así, desterró a los pocos Hermanos Musulmanes que no pudo matar, y llenó las cárceles de opositores y críticos con la tiranía de Al-Asad.
Para la memoria colectiva de los sirios, la masacre de Hama fue la demostración práctica de a dónde puede llegar la brutalidad del régimen contra quienes se nieguen a vivir en silencio bajo su dictadura. Aquella inmensa carga de terror que cayó sobre las mentes de los sirio que la vivieron marcaría el futuro del país, ya que supuso convertir a los que fueron testigos de aquella atrocidad en progenitores de hijos a los que preferían ignorantes felices antes que inteligentes inconformistas, mudos antes que preguntones, y por supuesto, dispuestos a ser humillados desde su más tierna infancia. No les quedaba otra que enseñarles a ser sumisos si no querían perderlos.
Hoy, en el calor de la revolución popular contra la tiranía, se hace aun más importante recordar aquella salvajada. Es la memoria histórica del pueblo sirio, el recuerdo de lo que pasó y nunca debió pasar, y de que se está pagando un alto precio para que esto se acabe para siempre. ¡Nunca más!
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