Anunciando ayer su propuesta de hoja de ruta para la crisis en Siria, la Liga Árabe ha marcado claramente dónde se encuentra el límite de sus opciones. Posiblemente, este plan político, muy similar al desarrollado en Yemen, sea lo máximo que se pueda patrocinar a nivel árabe, regional o internacional sin recurrir a una “fuerza” que parece, diez meses después del inicio de las revueltas populares, lejos de usarse. No hay actores interesados en una intervención militar arriesgada, costosa y de consecuencias imposibles de predecir.
Es todavía pronto para saber cual es la reacción real del régimen ante la iniciativa árabe. Es cierto que varios portavoces del régimen se han apresurado en rechazarla con enfado y cólera, pero esta primera reacción es un calco de otros rechazos que luego se convirtieron en aceptaciones. La primera reacción de Youssef Al-Ahmad, embajador sirio ante la Liga Árabe al aprobarse las primeras medidas del organismo fue insultar abiertamente a sus dirigente, pero el régimen colaboró (a su manera) con estas medidas más tarde. La bravuconería es el estilo del régimen, y es lo que vende a sus partidarios. La respuesta real todavía no llegó, y es posible que, para saberla, haya que seguir la prensa rusa en lugar de la siria. Rusia es la protectora del régimen, y tiene instrumentos suficientes para entorpecer cualquier solución política en el plano regional e internacional que no sea favorable a sus intereses.
No se espera que la iniciativa se acepte sin más. Lo que habrá que ver es si el régimen (con Rusia detrás) entra en el juego de negociar sus términos o, por lo contrario, se limita a cerrar las puertas sin más. Ambas opciones significan que el camino a recorrer es largo, doloroso e incierto.
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