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De color rojo sangre... Así es como se ven tanto
el presente como el futuro, inmediato y lejano, de Siria. El país vive
una turbulencia continua de dolor y sacrificio desde los primeros
momentos del levantamiento popular contra la dictadura de Bashar al
Asad, a mediados de marzo de 2011, y hoy, más de dos años después, hay
que hablar de unos 100.000 fallecidos, dos millones largos de
desplazados internos y externos, decenas de aldeas y barrios arrasados
por efecto de la artillería y los bombardeos aéreos. En definitiva, un
país hecho trizas ante la completa pasividad de la comunidad
internacional.
Es cierto que ningún conocedor del
escenario sirio podía no prever una respuesta tan brutal por parte del
régimen a un levantamiento popular que comenzó siendo pacífico y que más
tarde fue armándose gradualmente como respuesta a la violencia extrema
de los aparatos de represión oficiales, pero es muy difícil creer que
alguien se imaginaba que se llegaría a un grado de sed destructora
suicida para el propio gobierno.
La trayectoria del
sistema de los Asad —desde su momento fundacional en otoño de 1970 a
raíz de un golpe de Estado lanzado por Hafez al Asad, por aquel entonces
ministro de Defensa, contra sus propios compañeros del partido Baaz— es
la historia de uno de los regímenes más brutos y despiadados de aquella
zona del mundo. La Siria de Asad padre fue un férreo estado policial
desde el minuto uno, pero la contundencia militar contra el
levantamiento de los Hermanos Musulmanes, a principios de la década de
los 80, fue la oportunidad dorada para acabar de aplastar todo tipo de
disidencia en el país, ya sea con cárcel, exilio forzoso o incluso el
asesinato. A partir de ahí, el culto obsesivamente forzoso al líder se
convirtió en una suerte de religión oficial que contaba con su “policía
de la moral”, formada por cuatro principales aparatos de seguridad del
Estado que no escatimaban en medios y métodos para ejercer todo tipo de
brutalidad real o simbólica. Los espacios públicos eran plazas para todo
tipo de estatuas y fotos del líder, y el lenguaje público era el de la
obediencia absoluta a sus órdenes. Por supuesto, ni hablar de política, y
la cultura permitida era la más alejada del tratamiento de los asuntos
“mundanos”, o bien expresiones artísticas de admiración y amor al
“constructor de la nueva Siria”.
Ante este panorama,
tan brutalmente amansado en el interior como cómplice absoluto desde el
exterior, Hafez al Asad decide dejar de lado el disfraz republicano de
su tiranía y prepara a Basel, su hijo primogénito, como sucesor en la
cabeza del régimen, pero un accidente de tráfico a principios de 1994
acaba con la vida del heredero y obliga a traer de vuelta desde Londres a
Bashar, el prácticamente desconocido segundo hijo del tirano, que se
encontraba en Reino Unido estudiando la especialidad de Oftalmología. El
heredero fue reconocido enseguida internacionalmente y visitaba
diversos países árabes y europeos recibiendo honores de Jefe de Estado
con su padre todavía con vida. La transición tras la muerte de Asad
padre, en junio de 2000, fue, gracias a esa complicidad internacional
con los planes de pasar un país entero como herencia, insultantemente
fácil para Bashar al Asad, que aquella vez sólo contaba con 34 años.
No faltaron las promesas de apertura política y las palabras bonitas
sobre el horizonte democrático de Siria en la toma de posesión del
heredero, pero esas palabras pronto se las llevó el viento a la cárcel;
volvió la represión y el ahogamiento del espacio público con mensaje y
lenguaje de adoración a padre e hijo, y lo único que cambió en el
comportamiento fue en la argumentación de la tiranía en el mensaje
público del régimen, desde el panarabismo a un eje “resistente” con Irán
y sus aliados regionales, pero el cambio más profundo sería otro.
La tiranía de Hafez al Asad cargó a Siria con una estructura de Estado
anquilosada y corrupta, con el empleo público como método para ejercer
una labor social de Estado muy mermada por la corrupción y la pésima
administración. La era de Bashar al Asad fue, claramente, el momento en
que los hijos recojan lo que los padres sembraron. Así, y con sumo
descaro, aparecieron decenas de hijos de altos cargos jugando el rol de
“jóvenes emprendedores” con los bolsillos llenos, y el Estado se
convirtió en mero legislador de monopolios de facto que se fueron
repartiendo. El caso más sangrante es el de Rami Makhlouf, primo del
actual Presidente e hijo de un oficial muy mimado por la familia
presidencial en su tiempo. Makhlouf presumió en repetidas ocasiones de
que controlaba, directa o indirectamente, el 60% de la economía
nacional. Todo esto en un Estado que seguía definiéndose cínicamente
como “socialista”.
Este aperturismo económico,
plagado de privatizaciones encubiertas a medida de los clanes del
régimen, junto con el esfuerzo de acabar con la, ya de por sí mermada,
función social del Estado —ya sea quitando subvenciones a los precios de
materias básicas como cerrando cada vez más la puerta del empleo
público— empobreció aun más a la población, y a marchas forzadas, los
porcentajes de paro (sobre todo juvenil) se dispararon, y la masa
popular bajo los umbrales de pobreza iba creciendo más y más cada año.
Las infraviviendas en Siria crecieron el 220% en apenas una década,
llevando a que más de la mitad de los sirios viva en barrios “ilegales”
en los cinturones de pobreza de las grandes ciudades.
Como si no fuera poco, una ola de sequía, unida a la pésima política
agraria llevada a cabo por el Estado, condenó al éxodo económico a
cientos de miles de habitantes de la zona noreste de Siria, que pasaron a
engordar los cinturones de pobreza alrededor de Damasco y Alepo. Fue el
anticipo del gran éxodo que hoy vivimos.
Con esta
situación, con una tiranía absolutista en lo político, y un expolio a
favor de los clanes del poder en lo económico, y un empobrecimiento de
crecimiento cancerígeno en los social, llegó el levantamiento popular
tunecino en los últimos días de 2010, que fue el pistoletazo de salida
para las revueltas árabes que todavía continúan. El régimen, entonces,
se sentía seguro gracias a su poder de represión y su reciente victoria
política en el Líbano, el país vecino convertido en tablero regional de
ajedrez, y por ello se permitió actos muy provocadores como la detención
de varios adolescentes en Deraa por escribir en las paredes eslóganes
del levantamiento egipcio, o mandar de decenas de matones a darle una
paliza a familiares de presos políticos que se concentraron ante el
Ministerio del Interior intentando entregar un escrito que exigía más
derechos para los suyos. Ni en las peores pesadillas del régimen se
podía imaginar que Siria dejaría de ser, en pocas semanas, un Reino del
Silencio, tal como profetizó el histórico líder opositor Riad al Turk a
principios de 2011.
Así fue el comienzo de una
revuelta popular y la pataleta final de una tiranía.. ambas siguen
luchando encarnizadamente a vida o muerte.
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